ALIMENTO PARA EL ALMA INBANA
Escrito por Hugo Arias V.
Cuenta la leyenda que un día tocaba cocinar porotos, pero que la cantidad de ingredientes no cuadraba con el número y apetito de los estudiantes. Preocupado por que la comida fuera contundente y “llenadora”, el cocinero se las ingenió para inventar una receta que, a pesar de las dificultades, cumpliera con estos requisitos. Y así nacieron los famosos ‘porotos Inbanos’.
El héroe de la historia es nuestro querido Manuel “Chino” Riquelme, quien llegó de Chillán con unos veinte (20) años a trabajar en el Internado y a sumarse, para siempre, a la gran familia Inbana allá por la segunda mitad de la década de los sesenta (60).
Aprendió a trabajar desde pequeño para ayudar en la crianza de sus hermanos (eran trece en total), y entre las destrezas que desarrolló estaba la de la cocina chilena, un talento que siguió desarrollando en el INBA durante más de cuarenta (40) años. La mayor parte del tiempo que dedicó al colegio ejerció como cocinero, pero ya al final de su trayectoria, cuando fueron mermando los estudiantes internos y la comida comenzó a llegar envasada o preparada, pasó a otras labores, de aseo u otros servicios.
“La verdad es que no paraba nunca de trabajar. Nosotros vivíamos en las casas del Internado, así que estábamos siempre ahí. Cuando no estaba en la cocina, mi papito se las arreglaba para hacer otras cosas: para jardinear, para arreglar algo o lo que fuera que se necesitara. Yo, cuando muy chica, me arrancaba de la casa para verlo trabajar y lo recuerdo muy bien entre esos enormes fondos de comida, pero me acuerdo también de los viajes a Papudo, donde lo acompañaba y donde aprendí a leer o matemáticas con el apoyo de los profes del INBA que acompañaban a los niños en sus paseos”, cuenta Solange, la “Chincolita, como él la llamaba, la menor de sus hijas.
Y es cierto. El “Chino” estaba en todas, con su sonrisa natural. En la cocina del colegio, en los paseos, en las pichangas, en los viajes a Papudo… y, por supuesto, en las celebraciones de aniversario del Centro de Exalumnos, porque sus porotos eran ya parte de nuestra identidad, de nuestra historia. Vistió orgulloso los colores del INBA cada vez que el deber lo llamó a ‘defender la camiseta’ y llevó siempre en su chaqueta, luego de haber jubilado, una piocha del Internado en señal de pertenencia a la familia Inbana.
La familia Riquelme creció en el INBA, porque solo la mayor de sus hijas nació antes de que llegaran a vivir al Internado. Y hoy un nieto del “Chino”, que cursa Octavo Básico, es su más joven representante dentro del colegio.
Solange recuerda que entre los grandes dolores de su papá se contaba haber tenido que dejar la cocina, el dolor del suicidio de un estudiante hace poco más de veinte (20) años, y, sobre todo, aquellos meses en que lo mandaron “castigado” a trabajar en otro colegio, porque, “terco como era”, no se había querido cambiar a las AFP. Pero esa decisión, valiente, le valió tener una jubilación más digna, cuando finalmente “colgó el mandil” en 2009.
Lamentablemente, el “Chino” partió antes de que pudiéramos celebrar con él y con tantos otros los ciento veinte (120) años del INBA. Dicen, eso sí, que no se llevó consigo la receta de los porotos, que la heredaron sus hijos, así que sigue en la familia.
Yo, que me he dedicado siempre más a comer que a cocinar, estoy seguro de conocer al menos uno de los ingredientes secretos de los ‘porotos Inbanos’: y es ese amor por el INBA que siempre profesó y que lo tendrá siempre como uno de los nuestros en la lista del recuerdo.
CENTRO DE EX ALUMNOS
INTERNADO NACIONAL BARROS ARANA