Nuestros Hitos
El Internado Nacional Barros Arana (INBA) nació como resultado de la política implementada por el Presidente José Manuel Balmaceda, en 1887, que dio impulso a la construcción de escuelas, liceos e internados públicos en todo el país.
“Ilustrar al pueblo y enriquecerlo, después de haberle obsequiado sus libertades civiles y políticas, es la obra del momento y bien podría decir que es conformación anticipada y previsora del porvenir y la grandeza de Chile”, dijo Balmaceda.
La muerte de Balmaceda no impidió, sin embargo, que su sueño fuera realidad. Al comenzar el siglo XX, el arquitecto francés Víctor Henry Villenueve diseñó lo que sería la sede del Internado Nacional en terrenos vecinos a la Quinta Normal de Agricultura, en cuatro manzanas de la calle Santo Domingo, a partir del diseño de internados franceses. Y finalmente, el 22 de enero de 1902, el Presidente Germán Riesco promulgó el Decreto Supremo Nº 90, por el cual el Internado Nacional dejó de ser parte del Instituto Nacional e inició su vida independiente en sus dependencias en la calle Santo Domingo Nº 3535.
El primer rector del Internado Nacional fue el ingeniero agrónomo y profesor de castellano, Eduardo Lamas García, quien abrió el colegio el 20 de mayo de 1902 para los alumnos de provincias, fecha que a partir de ese momento se transformó en la de su fundación.
El 13 de noviembre de 1907, tras la muerte de Diego Barros Arana, distinguido historiador, diplomático y político, el Presidente Pedro Montt rebautizó el establecimiento con el nombre del distinguido profesor, por su gran y valioso aporte al país.
El lema del Internado es “Mens sana in corpore sano”, que traducido del latín significa: Mente sana en cuerpo sano., lo que le marcó en el colegio una impronta de cultivo del deporte que perdura hasta nuestros días.
Fraternidad, Ecuanimidad y Veracidad fueron principios que constituyeron inicialmente el “código de ética” de los alumnos. Allí estaban contenidos valores que serían muy preciados en las generaciones venideras cuando se fortaleció la idea de un “Espíritu Inbano” que propicia la amistad y compañerismo entre los Inbanos y promueve, a partir de ello, una vocación de servicio a los semejantes; justicia, igualdad, disciplina, tolerancia y comprensión para atenuar las pasiones, vanidades y ambiciones humanas; y actitud recta y honesta para no lesionar la dignidad de las personas.
El INBA era entonces, además de un colegio con salas de clases, una ciudadela dotada con cine, piscina temperada, modernos laboratorios, gimnasios, canchas e instalaciones deportivas, academias literarias, pabellón de dibujo y trabajos manuales, correo, talleres, casino, zonas verdes, clínica dental, sala de practicante médico, lavandería, radio interna, sastrería, etc. y ya comenzaba a ser reconocido en el exterior.
Exalumnos residentes de otros países latinoamericanos y de provincias comenzaban a enviar a sus hijos a estudiar en las mismas aulas donde ellos se formaron. Hijos de inmigrantes alemanes, árabes, judíos, italianos, portugueses, franceses, ingleses confiaron al Internado la formación de sus hijos. En sus aulas se hablaban idiomas y dialectos distintos, en una diversidad cultural, religiosa, étnica y social admirable. El colegio albergó entre las décadas de 1920 a 1980 unos mil internos anualmente, donde el 10% del alumnado eran extranjeros.